viernes, 4 de septiembre de 2009

Genes de la "afectuosidad" favorecen un apego seguro

Las relaciones entre padres e hijos están determinadas no sólo por el ambiente, también influirían factores genéticos y epigenéticos que explicarían una predisposición a crear vínculos más profundos determinados, entre otros, por los genes que favorecen la fidelidad y el cariño.
El apego, es decir, la relación afectiva y vincular que se establece entre las personas, particularmente entre padres e hijos, tiene condicionantes genéticas y epigenéticas que influirían en el desarrollo cognitivo, afectivo y emocional de los individuos, sobre todo en los primeros cinco años de vida.
Es en esa etapa cuando se fija hasta el 90% de las expectativas sicosocioculturales de los sujetos, las cuales están determinadas por la existencia o carencia de vínculos que estimulan afectiva y emocionalmente a la persona. Así lo señala el académico del Programa de Genética Humana del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, doctor Carlos Valenzuela, quien es uno de los docentes del curso de postítulo “Apego y experiencia temprana: el descubrimiento de los primeros años”, que se realizó en abril del presente año.
El profesor titular explica que “la ciencia ha descubierto en el modelo animal genes de poligamia y monogamia, así como de fidelidad conyugal, algunos de los cuales también se han analizado en seres humanos. La fidelidad hay que entenderla como afectuosidad y no necesariamente como sinónimo de pareja única. Por ejemplo, un roedor puede ser fiel a tres hembras, es decir, ser polígamo aunque un excelente cuidador para sus crías y las madres de ellas”, resalta. Cuando el gen de la "afectuosidad" no está presente, tanto en machos como hembras, éstos tienden a ser más infieles y a no desarrollar relaciones permanentes. “Lo que está en juego es la profundidad del vínculo que, asimismo, da estabilidad a la pareja”, dice.
El médico añade que si bien hay determinaciones genéticas, el ambiente genera grandes cambios. “Un estudio realizado en roedores de madres frías y poco cuidadoras cuyas crías fueron instaladas con animales que tenían un fenotipo cuidador, o sea, que los lamían y acurrucaban, cambiaron su patrón de comportamiento una vez que llegaron a la adultez. Esto significa que si bien su imprinting genético los impulsaba a actuar fríamente, fueron más cariñosos con sus crías gracias al cambio metabólico que se produjo en sus cerebros tras haber recibido afecto en la primera etapa de sus vidas”, añade.
El doctor Valenzuela plantea que la pareja que procrea y cría es absolutamente indispensable, sobre todo si se considera que la espera de un hijo libera una serie de hormonas que favorecen la expresión de cariño hacia el nuevo ser. “No podemos esperar que la persona que trabaja en una sala cuna tenga los mismos estados hormonales de la madre, cuyo cerebro cambia estructural y funcionalmente durante el embarazo, ni tampoco podemos pretender inyectarle dosis de oxitocina y vasopresina para que los desarrolle”, sostiene.
Agrega que antes de diseñar una política de salud o educación global hay que considerar estos factores. “Tenemos que revisar lo que estamos haciendo como sociedad con estudios de largo aliento que incorporen estos elementos para saber si haber separado a la madre de su hijo a temprana edad, entregándolo a un cuidador, tiene repercusiones en el vínculo y en el techo afectivo, emotivo y valorativo que manifestará ese individuo en el futuro”, sostiene.
El doctor Valenzuela dice que la sociedad actual parece no privilegiar las relaciones humanas, por el contrario, resulta bastante calculadora, materialista, fría y hasta autista. “¿Le estamos enseñando a nuestros niños a vincularse superficialmente o profundamente, los estamos ayudando a aprender a querer y a manifestar su cariño o estamos formando personas desvinculadas, destructivas y robotizadas?”, pregunta. Apego seguro y resiliencia Los estudios indican que el apego seguro en los primeros años de vida facilita y promueve un desarrollo emocional resiliente, es decir, favorece la tolerancia a situaciones de alto riesgo. “Las personas que tuvieron relaciones de afecto y seguridad con sus progenitores durante la niñez tienen mejor salud mental en la vida adulta.
Asimismo, un ambiente seguro y positivo, libre de violencia durante la infancia, promueve la formación de una personalidad resiliente. Y la forma en que el adulto será resiliente dependerá en buena parte de las condiciones de crianza de sus primeros años y de las relaciones de apego”, señala la directora del curso, doctora María Eugenia Moneta. Sin embargo, plantea, hay una vulnerabilidad genética a los ambientes de riesgo que puede expresarse menos si existe un apego real y seguro. “Los niños derivan tanto del genotipo como del ambiente familiar de sus progenitores. En otras palabras, ambientes de algo riesgo potencian los efectos de un genotipo ya riesgoso. Por eso la resiliencia o la falta de ella es parte de un fenotipo determinado por la coacción y la interacción de factores genéticos y ambientales”, concluye.
Edición: Universia / RR
Fuente: Universidad de Chile

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