miércoles, 14 de octubre de 2009

Un fantasma recorre nuestra sociedad: el TDAH

Por Fernando Gómez Smith

El título es un intento de hacer resonar este diagnóstico hipermoderno que es el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad, –que anteriormente ha recibido otros nombres como Disfunción cerebral mínima, ADD, etc.–) bajo el cual, con frecuencia, se encuentra un síntoma psíquico mediante el que un niño trata algo de lo insoportable enquistado en la trama de las relaciones que sostiene; eso que Freud designaba como neurosis infantil. La intolerancia de nuestra época frente al malestar pretende demostrar que este trastorno específico cada vez afecta a más niños y adolescentes; se habla del TDAH de forma tal que cabe preguntarse hasta qué punto se lo concibe ya no solamente como un problema de salud sino como un peligro social.
Caen en este diagnóstico niños y adolescentes que no prestan atención, incurren en errores con frecuencia, son inquietos, no mantienen la atención ni en actividades lúdicas por espacios prolongados de tiempo, parece que no escucharan, se les dificulta cumplir instrucciones, no finalizan las tareas, no saben organizarse, están distraídos. Todo ello trae como consecuencia que a pesar de ser niños con un excelente potencial intelectual, fracasen en el proceso de aprendizaje. El “diagnóstico” es hecho frecuentemente, en un primer momento, por la institución escolar, por los educadores. Esta institución escolar luego pide una confirmación de ese diagnóstico inicial a algún profesional de su confianza, sea neurólogo o psicólogo y, muchas veces, exige a los padres que consulten con el profesional previamente designado por la propia escuela.
Padres y maestros alarmados dicen: “no sé qué hacer con este niño”. Los maestros temen que la inquietud del niño se propague; ese es, por lo general, el fantasma del maestro, quien tiembla ante la posibilidad de que su falta de autoridad en clase se haga patente. Por desgracia, con frecuencia ese fantasma arma la realidad del salón de clase a su cargo. Los maestros pretenden imponer la dictadura de la norma que a su vez padecen y quieren que todos sus niños estén quietos, concentrados, atentos, no aceptan la diferencia; ellos mismos se someten sin cuestionar a la dictadura de lo “normal” como la media, cuando no al mandato de excelencia que la competitividad del mercado salvajemente impone a todos, empezando por los niños pequeños, un fenómeno éste, relativamente reciente. Así, lo que se diferencia de la media produce inquietud, se convierte en un déficit, pero también podríamos preguntarnos si el déficit mismo no acaba siendo provocado por la demanda obscena de quietud, de sometimiento. Visto de esta manera, es el propio sistema el que provoca el déficit y luego requiere de expertos para aplacarlo.
En los tiempos de la sociedad hipermoderna el saber de la abuelita ha perdido su eficacia, –nos referimos a la sabiduría que la vida otorga al que no es necio, la que, sobre todo cuando se ejerce con amor, puede apelar a la eficacia de lo simbólico como tercero en cuestión–. Cuando no ocurre así, se trata en cambio del ejercicio del deseo de poder que anida desde siempre en el humano, es decir, de la impotencia, en la que con tanta facilidad pueden caer padres y maestros. Pero, además, en la época actual, ese deseo de domesticar que puede acechar siempre a los educadores, se exacerba sin ambages, seducidos esta vez por las maniobras de un nuevo amo: la ciencia y tecnología farmacológica, que les susurran “una pastilla y, quizás ya no molestarán”. El sujeto del discurso capitalista le ha ordenando al saber de la ciencia que produzca los objetos que permitan que su voluntad se realice. A su vez, el sujeto mismo ignora que ha quedado sometido a la consigna del biopoder, la misma cuyo objetivo es producir individuos, esta vez sí, perfectamente adaptados al orden imperante merced a la intrusión consentida en sus afectos y en la relación que mantienen con el propio cuerpo. En el salón de clases, esta consigna reza: “El único niño bueno es el niño quieto, bien quieto”. Así se introducen las píldoras de “Ritalin”, de “Concerta” y las de última generación, como “Strattera”. De esta manera, se ha hecho bastante común la supuesta presencia del TDAH en nuestros niños y habitual el modo de intervención con el medicamento, ya que supuestamente contribuye con la necesidad de obtener soluciones rápidas.
El goce de los fármacos es el objeto de los laboratorios y ellos gozan de las ventas de cada fármaco; cuanto más ventas, más plusvalía. Cada quien goza de lo que tiene a su alcance, en el terreno del plus de gozar no hay prescripción válida, pero en este caso nos encontramos con el usufructo de la desgracia ajena.
Convertir problemas y contingencias comunes de la vida, como la posible falta de atención, la timidez, la tristeza o la soledad en “enfermedades” que pueden tratarse con fármacos es la estrategia de la industria farmacéutica, una industria funcional con el sistema en el que opera. Además, dolencias leves son convertidas en factores de riesgo, –si comes tal cosa enfermas y si no lo haces también te enfermas. En todos los casos el laboratorio responde: “Te ofrecemos una pastillita salvadora”. Y ello, a menudo, con el apoyo de médicos y medios de comunicación mediante campañas dirigidas a los consumidores.
Para colmo de males, “Ritalin”, “Concerta” y “Strattera”, como cualquier medicamento, “curan” a condición de provocar un daño en otra parte del cuerpo. La droga activa del “Ritalin” es el metilfenidato, un químico de acción similar a las anfetaminas; su potencia “adictiva” lo colocó en el listado de drogas de “alta vigilancia” controladas por la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de la ONU (JIFE).
“Ritalin” es un estimulante cuyo prospecto advierte que no se debe administrar a menores de 6 años y del que nunca se han analizado los efectos secundarios. Por otro lado, investigadores de la Universidad de Maryland han encontrado que: “Esta alarmante tendencia de prescribir drogas a niños pequeños puede tener efectos perniciosos para el desarrollo del cerebro”. Por lo demás, “Ritalin” provoca una adicción de orden médico y en consecuencia prepara el terreno para el consumo obligado de otras drogas. De manera que lo único seguro es que, en principio, los únicos que sí se calman con la prescripción de este medicamento son los padres y maestros.
En este nuevo régimen en el que vivimos, de sociedad hipermoderna, hiperactiva, hiperconsumista, de tratamientos hiper-rápidos contra las hiper-epidemias, en el que ya no se trata de luchar contra la tradición y sus prohibiciones, nos confrontamos al exceso de lo hiper –pues Hiper significa exceso– y el exceso ya no se puede parar de la misma manera. Los procedimientos de evaluación, clasificación, normativización y control de la salud ahora generan nuevas patologías y amenazan la supervivencia de la dimensión subjetiva, en la que permanece guardado el único valor que cada uno tiene, lo más íntimo de cada sujeto. Ahora bien, ¿qué puede decir el psicoanálisis? ¿Cómo puede formar parte de este debate de actualidad? Una respuesta posible es esta por la que apostamos en cada evento de la Escuela Lacaniana: promover un espacio, abierto a la ciudad, que ofrezca alguna posibilidad de interrogar las nuevas certezas, para no quedar absorbidos por ellas.

Fuente: http://www.nel-amp.org/documentos/jornadasv/boletin010.htm

No hay comentarios: