jueves, 9 de septiembre de 2010

Crianza con respeto

Cuando esperamos un bebé, surgen muchas expectativas, dudas y temores respecto a la crianza del niño/a que está por nacer, muchos padres estamos atentos a escuchar y aprender de las experiencias de otros, a leer literatura sobre el tema, a preguntar a los expertos en crianza, a los pediatras, a los psicólogos entre otros.

Cuando nace nuestro hijo o hija, lo miramos y tratamos de buscar semejanzas o diferencias “se parece a su papá”, “se parece a su mamá”, “se parece al abuelo”, etc. Vemos en ellos/as, rasgos genéticos y muchas veces nos vemos a nosotros mismos reflejados en nuestros hijos.

De pronto si el bebé llora mucho o se queja demasiado, entonces decimos, este “bebé es terco como su papá” o si no también podemos decir “a este bebé nadie lo va callar, él sabe reclamar desde pequeño se parece a su mamá”. “Mi bebe es un dormilón o le cuesta dormir, come mucho o come poco, es inquieto o es tranquilo, etc”.

Los padres sabemos que nuestros hijos son diferentes, aunque no estemos muy seguros porqué, pero sabemos que han heredado muchos rasgos y comportamientos de nosotros y que están aprendiendo mucho. Además con el correr del tiempo vemos sus cambios y vemos como están creciendo, pensando o sintiendo.

Lo que muchas veces no estamos muy seguros es conocer si nuestra crianza también tiene que ver con la forma de ser de nuestros hijos, si lo que hacemos repercute en su personalidad, en su temperamento, en su autonomía o su estado físico o psicológico.

Lo que los padres o las personas que están al cuidado de los niños, hagan o dejen de hacer repercuten positiva o negativamente en el desarrollo del niño. A esto Shonkoff J. (2000) le llama la calidad de los cuidados. La calidad de los cuidados tiene que ver lo que los padres pueden saber, es decir “qué hacer”, también está relacionado al cómo hacer y en qué momento hacer aquello que impacte positivamente en el bebé.

Las experiencias que los niños reciban de su entorno inmediato facilitará o no su aprendizaje, sobretodo, porque el cerebro del bebé está en formación y Allan Schore (2000) señala que el cerebro del bebé pasa por un proceso de construcción social, son las interacciones afectivas, las miradas, el diálogo verbal y no verbal, las caricias, el tocamiento, la aproximidad física en el día y/o en la noche, influyen directamente en el desarrollo del bebé y en su expresión genética.

El desarrollo infantil se concibe claramente como un proceso que sigue una línea de maduración y que combina diversos aspectos: motriz, cognitivo, afectivo, algunos incluyen social y moral.

Cada niño es un ser único e irrepetible y cada padre o madre aprende junto con su hijo a relacionarse con él a reconocer sus necesidades y demandas. Cada palabra, cada gesto, cada sonrisa, es diferente para cada niño, la capacidad de respuesta e iniciativa de cada niño nos dirá que tan importante es para su vida.

Responder a cada niño, requiere de nosotros paciencia, tolerancia y mucho amor, tratemos por tanto de trasmitir en cada niño seguridad para que se sienta libre y pueda desarrollar al máximo sus capacidades.

El respeto a nuestros hijos es una forma de comenzar a comprender que es un ser diferente a nosotros, el respeto es comprender que tiene su propio ritmo de desarrollo y que también requiere conocer por sí mismo las cosas que lo rodean, adaptarse a su entorno y aceptar o rechazar lo que se le ofrece porque también puede decidir.

Nosotros los padres y los cuidadores somos los que acompañamos a nuestros hijos a crecer, no lo moldeamos como a cada quien nos parece mejor, nuestra misión es crear las condiciones para que ellos puedan desarrollarse de la mejor manera posible.

El trato que reciban nuestros hijos desde muy pequeños repercutirá en su salud mental y en su vida futura, somos nosotros una gran referencia para nuestros hijos, por tanto nuestras actitudes y prácticas serán el ejemplo que ellos verán y seguirán.

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